Eran aproximadamente las 7.30 pm. , la noche estaba fresca, o por lo menos eso me parecía, estaba en el segundo piso de mi casa en La LUISITA, en el cuarto de mi hija Luisa Maria, que ya no hacía las veces de oficina como lo fue por 9 años y medio, sino que fue acondicionado para ella como dormitorio permanente. Hablábamos de varias cosas y me miraba extasiado en sus ojos como a veces lo hago para descansar los míos. La estaba viendo tan grande, tan madura, tan mujer, que por momentos me preocupaba, ya que esta inmensidad de "mujer" apenas estaba por cumplir trece años. De un momento a otro y cuando estaba sumergido en la conversación con Luisa, sentí que suave y repentinamente abrían la puerta del cuarto, me imagine a Jaime mi hijo de 16 años que me esperaba para ver una película, pero no, no era él, mis sentidos se agudizaron y mi corazón pasó del trote hacia el galope en cuestión de segundos cuando descubrí con asombro que el que abría la puerta era un hombre de talla media y fornido con un temerario pasa montañas negro y un revolver de cacha nacarada al estilo de las armas de bandidos ordinarios que portaba en su mano derecha, apuntando hacia el suelo. Me paré rápidamente pensando lo peor, me va matar este hijueputa, estaba dispuesto a lanzarme encima de él, y creo que él bandido lo presintió por que de inmediato me dijo sin apuntarme: venga que allí está su mujer, vengan los dos, refiriéndose a mi hija y a mi. Esperé que Luisa se levantara y la llevé adelante de mi cubriéndola con mis brazos hacia mi dormitorio del que solo nos separa tres metros, al caminar pasé tan cerca del bandido encapuchado que casi sentí el calor de su cuerpo y me vi tentado a agarrarlo del cuello y reventarle la cabeza contra la pared, pero la niña, Liliana y Jaime, que estaba abajo, me preocupaban y a la vez me controlaban, además no entendía claramente aun lo que pasaba, entonces me calmé. Cuando entramos al cuarto encontré otro encapuchado armado de revolver, al ver a su compañero le dijo que mi mujer se había encerrado en "esa pieza", se refería al baño y al clóset contigua a nuestra cama, nos mandaron a sentarnos en la cama, yo acompañé a Luisa a sentarse y se veía tranquila, pero yo no lo hice, en cambio me devolví y les dije con tono firme y agresivo: está por llegar la policía, ellos ya van a venir, yo soy el Veterinario de la policía y sé que llegarán en unos minutos, váyanse de aquí para que se eviten problemas, uno de los bandidos que parecía el líder me dijo: cállese¡ y yo sin esperar le respondí, a mi no me cayés malparido si querés matame, pero no vas a maltratarnos, llevate lo que querás pero a mi familia y a mi nos dejás tranquilos¡ El otro bandido de actitud más sumisa y tímida dijo de nuevo: esa señora no quiere abrir, entonces el que hacia las veces de jefe le dijo, tumbe la hijueputa puerta, el otro obedeció y le dejó caer a la puerta dos patadas faltas de fuerza y estilo, que no lograron ni estremecer aquellas puertas de madera maciza, el bandido jefe se dirigió a mi que en esos momentos caminaba de un lado a otro lentamente como haciéndome dueño del espacio, vea abra esa hijueputa puerta y dígale a esa señora que abra, yo lo miré sin decirle nada, el otro bandido le dijo: yo creo que ella está llamando, yo me alegré y pensé, que berraca Liliana se metió a llamar, ahora esconde el celular y no la van a culpar y nada le van a ver, sí, que bueno la policía va a llegar muy rápido pensé y a la vez hice tiempo para que ella también lo tuviera. El tipo me insistía, abra la puerta y yo le decía: no tengo las llaves, no se que hacer y me dijo: la voy a tumbar a bala, y yo le dije tumbe esa hijueputa¡, pero no, no disparaban. Al momento que hablábamos el bandido empleado cogió unas llaves que colgaban de la chapa de la puerta de mi actual oficina que antes fuera el cuarto de Luisa María, las ensayó y de una abrió la puerta del clóset donde se escondía Liliana, todavía no nos explicamos cómo abrió esa puta puerta con unas llaves que no eran de ella, y nunca lo sabremos por que el caco se las llevó. Me apresuré a abrazar a Liliana y a calmarla, pues salió llorando muy temerosa y descompuesta, y además sin haber realizado ninguna llamada por que luego me dijo triste: me metí a llamar pero se me olvidó entrar el celular, el susto me confundió. Al salir de su encierro le dije: no llore mi reina, quédese aquí en la cama con la niña, y el bandido empleado como a título de consuelo le dijo: tranquila señora que no va a pasar nada. Esa frase me dio a entender su miedo y su debilidad por el acto que cometían, sumado a eso nunca nos apuntaron con sus armas y en ningún momento fueron groseros ni agresivos, pero en cambio sí se les notaba nerviosos mirando por las ventanas hacia afuera y como sin un derrotero definido, abrían cajones y preguntaron por dólares, además yo les hablaba fuerte y casi agresivo y no tomaron ninguna medida en mi contra, los vi débiles e inexpertos, además mal vestidos con pantalones mal hechos chapados a la antigua, de botas de caucho económicas y con unos morralitos a sus espaldas baratos e "infelices" como dijera mi compadre KY. Los morrales pienso que eran para cargar las alhajas y el dinero que pensaban llevar, además de tabletas digitales, relojes, celulares, computadores, que es lo que buscan este tipo de delincuentes, pero aquí les iba a ir muy mal por que por estos días nada de alhajas ni efectivo tenemos.
Cuando el bandido líder me preguntó: "quien mas vive en esta casa?", pensé de inmediato: por aquí va a ser el quiebre de este hijueputa, sin dudarlo le dije: viven mis dos hijos, la empleada y el esposo, y sin disimular su sorpresa me dijo: usted tiene otro hijo fuera del pelao que está abajo? refiriéndose a Jaime, claro¡ el mayor le contesté y me preguntó de nuevo, y la empleada vive con el esposo? Claro, no lo vieron? está en la otra casita del frente, le dije. De inmediato se consternó al ver que no tenía a todos bajo su control y le percibí el malestar, cuando dijo a su subalterno: espere aquí, cuídelos que ya subo, y arrancó para el primer piso. En ese momento yo estaba sentado en la cama muy cerca de donde guardo "la morena" una pistola Walther P99 calibre 9mm. que compré hace casi once años y que duerme a mi lado como lo hiciera casi toda la vida la santísima virgen, para que ambas me libren de todo mal y peligro, aunque sin ser arbitrario le tengo mas confianza a la morena. Cuando me quedé solo con uno de los bandidos me revestí de seguridad y confianza para actuar y pensé por unos segundos, me le voy a acercar con cara humilde, temerosa y casi en llanto y cuando esté a la distancia ideal, lo cojo con una mano del revolver y con la otra de la traquea, sí, con estos mochitos que son como tenazas lo aprieto del pescuezo y lo reviento contra la pared y con la mano izquierda le cojo el revolver del tambor para que no gire y no se pueda accionar y le estalló la cabeza contra el muro en repetidas ocasiones. Me paré decidido a lo pensado, camine lento y con la cabeza medio gacha, con expresión de lamento, tristeza y casi llanto para que no me tomara muy en serio y no viera en mi una actitud agresiva y se confiara de mi acercamiento. Cuando ya estuve a menos de un metro, el hombre se me corrió un poco hacia la izquierda como prevenido con mis movimientos quedando exactamente debajo del umbral de la puerta, y me dijo: vaya siéntese y yo le dije con voz triste, lamentable y cabizbajo: amigo no nos hagan daño, déjenos tranquilos a mi y a mi familia, entonces "sin mediar palabra" como dicen los periódicos amarillistas, y cambiando la estrategia de ataque por que resolví cambiarla en el último momento, le propine un fuerte empujón que le bajó la barbilla hasta el pecho, lo sacó del cuarto y lo pegó contra el muro de afuera; cómo seria el golpe que Jaime desde abajo en la sala oyó el estregón como me contó después. En menos de tres segundos el tipo estaba fuera del cuarto y yo había cerrado la puerta y tenía hundido el botón del seguro de la chapa. Me corrí inmediatamente hacia el lado del muro para protegerme de una posible bala, por que pensé que el tipo iba a disparar sobre la puerta cerrada, pero no lo hizo; de inmediato corrí a la cama levanté un lado del colchón y cogí "la morena", me sentí seguro, asustado pero confiado, miré la niña y a Liliana y les dije que se corrieran para la esquina, pero Liliana abrió la ventana y se montó al tejado con la niña, apreté la pistola y me dije: esta no me falla y de una prendí a plomo la puerta calculando darle al bandido que acababa de empujar, disparé dos veces y les grite: ahora si hijueputas vengan pues¡ y se oyó trinar mi morena como imponiendo el orden y haciendo respetar mi dignidad y la de mi familia, la volvía a accionar y gritaba desafiante y ensordecedor a la vez que le daba fuertes palmadas a la puerta para intimidarlos aun mas, a los pocos segundos abrí con cautela la puerta y no vi a nadie pero sentí unos pasos subir por las escalas y me volví a meter al cuarto, cerré la puerta y a los dos segundos me tocaron la puerta y pensé disparar de nuevo pero me imaginé que era Jaime y así fue, ese guevón imprudentemente se había subido para mi cuarto sin aun haber salido los bandidos de la casas en pleno candeleo y me dijo: ya se fueron, yo sin embargo salí al balcón a hacer mas tiros con dirección al potrero que a esa hora estaba totalmente oscuro, al disparar les gritaba fuertísimo: que hubo hijueputas¡, vengan pues malparidos que les tengo es plomo¡ cambié de proveedor por que me quedé sin munición, cuando de un momento a otro sentí varios tiros que los bandidos al salir y correr dispararon como para cubrir su huida, yo me resguardé en la pared y seguí disparando al potrero y le grité a Jaime ¡ tírese al suelo!, uno de los tiros de los bandidos pegó en la nevera, otro en una ventana y el otro pegó en un muro del segundo piso donde estábamos; tan cerca de Jaime que una de los pedazos de cemento de la pared que se desprendió del impacto hirió superficialmente a Jaime como lo pude constatar después.
Pero en esos momentos Jaime desde el corredor me gritó: papá me pegaron!, aaaaaa hijueputa se me enfrió todo! como así mi niño y donde? y me dijo: en una mano!, eso me tranquilizó un poco, pero pensé aun desde el suelo, vea pues que liga como me hirieron el pelao uummm. Pasaron unos segundos y cuando todo se veía calmado me dirigí agachado hacia la puerta de mi cuarto a buscar a Jaime para auxiliarlo y llevarlo a la clínica a la brevedad, cuando en esas ya venia Jaime a buscarme con una mano soportando la otra, con ojos angustiados, y con el dedo meñique sangrante con dos gotas y una heridita de escasos tres milímetros. Me llené de alivio y alegría al ver a mi pelao sano, aunque él en la psicosis del susto seguía buscando por todo su cuerpo la herida y el plomo inexistentes. Jajaja le dije: que susto tan bravo te diste Jaime y lo abracé. Me quedé unos minutos en guardia por si acaso regresaban pero al parecer se fueron más asustados que lo que estábamos nosotros, el pecado es cobarde. Entré al cuarto donde duermo y me aproximé a la ventana para ver a Liliana y Luisa que agachadas y juntas hablaban con la policía por celular. Las ayudé a salir y empezamos a conversar y a revivir el momento, las tranquilicé con abrazos y palabras y nos quedamos esperando la policía que llegó a los cinco minutos como casi siempre, cuando todo ha pasado. Llegaron catorce policías, un sargento y el coronel comandante de Caucasia, el sargento salió por los alrededores con varios policías en busca de los pillos pero a la hora regresaron sudorosos cansados y sin ninguna "presa", solo trajeron mucha sed que calmaron con el té y el agua fría que se les preparó. Después muy formales con nosotros conversamos un rato sobre los detalles del suceso, me felicitaron y me dijeron que la única falla fue que no había matado ninguno, también sentí algo de nostalgia por que a ese acto decidido le falto la sangre enemiga, pero después me dije a mi mismo: hasta mejor, que pesar cargar con la muerte de un pobre muchacho que con seguridad no tuvo un papá que lo orientará y lo amara y tampoco tuvo las oportunidades que a mi me sobraron.
Las policía se despidió prometiendo estar atentos en adelante en ese sector.
Nos fuimos a la cama, Luisa durmió en nuestro cuarto y Jaime si durmió en el de él.
Me recosté en mi cama ya con la luz apagada, un poco asustado pero satisfecho y me pregunté: ¿a cuanta gente le ha pasado que le lleguen a la casa tres bandidos cubiertos con pasamontañas, armados y después de intentar resolver el asunto a bala salir ilesos todos?
Tengo buena suerte por salir bien librado o mala suerte por que me pasan cosas tan terribles?
También me pregunté: este problema que pude resolver fue buscado? En que soy culpable?
Habrá mucha gente en el mundo que le pasan tantas cosa difíciles como a mi? Debe haber pero no deben ser muchas.
No fue fácil salir de esta, pero salí como he salido de tantas¡
Es que a mi si me pasan unas...!!!